Fuerteventura, la isla de las playas largas y blancas y de los antiguos volcanes a los perfiles de mujeres adormecidas. Fuerteventura, la más preservada de las grandes islas Canarias, es la cita de todos los contrastes. Sobre sus 130 km del norte en el sur no acaba de cultivar sus paradojas. Gigantas olas que hacen acudir a los surfistas del mundo entero a la calma de las aguas cristalinas de sus lagunas, del terciopelo esmeralda de su golf al caos mineral del “malpaís”, de los cañones de sus barrancos a los cráteres vertiginosos de sus volcanes, de su desiertos de dunas a sus calles comerciales y, sobre todo de sus hoteles donde todo es ordenado a la oferta infinita de sus alquileres de encanto y a las sorpresas de sus pueblos preservados donde la vida se improvisa a merced de los callejones de las pequeñas tiendas y de los restaurantes innumerables. Entre turismo moderno y callejeos inmemoriales, en un clima siempre luminoso y tónico, Fuerteventura, como su nombre lo indica, son abiertos a todos los vientos de la aventura y la dulzura de vivir.